martes, 9 de junio de 2009

Terrorismo global y otras cosas.



El fenómeno terrorista al que se enfrente hoy la sociedad ya no es el viejo terrorismo de principios del siglo XX que tenía su origen en la lucha de clases, adoptando diferentes fórmulas y que se desarrolló en la vieja Europa, tampoco es un terrorismo vinculado a la lucha por la independencia de países colonizados, ni se asemeja al terrorismo desarrollado en Europa en la década de los 60, 70 y que aún sufrimos en la España democrática, el terrorismo de corte radical , ya de extrema derecha o de grupos vinculados a la extrema izquierda y que pretende subvertir el ordenamiento constitucional de forma violenta en protesta por ideales que deben ser defendidos por la palabra y no por el recurso a la violencia. Hoy el fenómeno terrorista nos ha sobrepasado y sorprendido por su virulencia, por su cara oculta y por su carácter de globalizado, es un terrorismo que aprovecha las nuevas tecnologías para mostrar al mundo su actos violentos, asesinatos en directo y sus comunicados, sus proclamas y sus amenazas.

El nuevo terrorismo ha llegado donde era difícilmente imaginable que pudiera actuar se ha “deslocalizado”, se ha socializado el sufrimiento y el horror, lo hemos visto en directo por la televisión y algunos incluso debieron pensar que no era real lo que estaban viendo era un mal sueño.

Frente a esta situación los Estados y la comunidad internacional ofrecen como respuesta una lucha que bien se asemeja a una guerra contra la amenaza genérica, difusa que representa el nuevo fenómeno terrorista. Pero se equivocan aquellos que piensan que es una guerra tradicional, en el nuevo conflicto, que aparece como deslocalizado, el enemigo ni es fácilmente reconocible, ni carece de apoyo social en amplias parte del mundo.

El terrorismo global presenta otro elemento que le hace más peligroso aún, no es tan sólo una cuestión ideológica la que le alimenta, si no un fanatismo con una enorme carga religiosa que le hace pensar en términos de una guerra santa, lo que nos hace retroceder a la Edad Media pero con los elementos de destrucción y nuevas tecnologías de comienzos del siglo XXI. Aquellos que consideran que el terrorismo global se alimenta de las desigualdades económicas y de lo que en Europa denominamos injusticias sociales, los que practican una visión que reducen las causas del nuevo fenómeno terrorista únicamente a las, se equivocan. Entre las causas del nuevo terrorismo una de capital importancia es la religiosa, aquella que se fundamenta en una visión integrista del mundo y que encuentra es ese argumento el pretexto para declarar la guerra a Occidente, es en definitiva un enfrentamiento entre el mundo libre y el incivilizado, anclado en posturas de las que se dieron en Europa en la Edad Media, las cuales fueron superadas como consecuencia del desarrollo político y social que se dio en la vieja Europa y que no se han producido en ese otro mundo que todavía se encuentra bajo la dominación de regímenes teocráticos, donde se niegan los derechos humanos y la libertad.

Considerar a esos regímenes civilizaciones es un insulto a la dignidad humana, un ataque a la memoria de aquellos que en occidente y en otras partes del mundo dieron su vida por la libertad, desde las costas de Normandia hasta el Pacífico, es olvidar el holocausto. Es en definitiva es un pensamiento “gaseoso” condenado al fracaso y que nos sitúa en una posición de debilidad que en su fase más peligrosa proclama que la tolerancia frente a los intolerantes puede contribuir a reducir el riesgo, se equivocan estos, pues, lejos de disminuirlo lo aumenta. Podemos considerar, que incluso lo alimenta al situar y reconocer la intolerancia en un plano paralelo al de la libertad, no son planos paralelos, son antagónicos, puesto que por principio se repelen y se excluyen , son incompatibles. Y lo que, aún es peor, se les encuadra en un escenario internacional bajo el marco de la “cultura de las civilizaciones”.

Es en definitiva un pensamiento tan vacuo y equivocado como el que niega “la Europa de las Catedrales”, olvidándose de la influencia y del papel del cristianismo como elemento cohesionador en la andadura durante siglos de la vieja Europa, es olvidar, o lo que es peor aún, ignorar, que en la constitución de la actual Unión Europea los artífices tenían una profunda fe cristiana. A veces la ignorancia y el radicalismo dejan de ser atrevidos para convertirse en meros aparatos de propaganda al servicio de una reinvención de la historia, debe ser falta de memoria o mala fe. Confío que sea falta de memoria, esta , en ocasiones, tiene fácil solución , la mala fe, por el contrario, es de difícil tratamiento, no es una patología es una actitud.

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